El arca de los Guinard
Hace 11 años que Contrapunto , un caballo de paso colombiano, vive en la sala de la casa de los Guinard. Su crin, sedosa y blanca como el resto de su cuerpo, recibe los rayos de luz que se filtran a través de la ventana e iluminan la estancia. A sus pies está Diana , una french poodle que parece atenta a la reacción del visitante. Lo mismo que otros tres perros y una tortuga grande que reposan en el piso. Todos miran al recién llegado y sus ojos centellean bajo el efecto de la luz. Pero no con el resplandor acuoso de la mirada de los vivos, sino con el brillo apagado del vidrio.
Un brillo igual al de muchos animales que, aún después de muertos, acompañan a sus amos sentados en algún rincón del cuarto, acostados sobre una mesa o colgados en la pared. Y allí permanecen quietos a pesar del paso de los años. Su última voluntad? Por lo menos la de sus dueños.
Después del dolor de la muerte de Nano , vino la alegría de poder conservarlo como si estuviera vivo , explica Diana Mónica León, la dueña de un pincher miniatura que hoy habita dentro de una vitrina reservada especialmente para él. El perrito llegó a la casa de un mes de nacido continúa Diana. Me acompañó al colegio, a la universidad, más de la mitad de mi vida .
Esa fidelidad, esa dedicación de las mascotas hacia sus amos, es uno de los motivos que estos aducen para querer disecarlos. Los cazadores, en cambio, buscan conservar sus trofeos de faena para poder exponerlos. Hay otros que lo hacen para guardar un recuerdo, como la familia que quiso conservar la serpiente coral con que jugó su niño durante un paseo a tierra caliente.
Tener en casa un animal disecado es para algunos una idea repugnante. Para otros se convierte en un consuelo. O en un motivo de orgullo. Para Luis Guinard y su hijo Mario es su trabajo. Un trabajo que exponen en la sala de su propia casa, habitada por un caballo, una tortuga, un pez vela, un pez marly y varios perros.
De las calles a las pieles Cuando tenía seis años maté una paloma con mi cauchera, le quité la piel, le eché polvos y la metí en un libro. Esa fue la primera taxidermis que hice , recuerda Luis Guinard, que aprendió el oficio de su padre, un médico francés que vivía en La Vega, (Cundinamarca).
Aunque a los 12 años Guinard disecaba pájaros para regalárselos a las muchachas , se convirtió después en funcionario público. De 8 de la mañana a 4 de la tarde, autorizaba nomenclaturas para urbanizaciones en Bogotá o se desempeñaba como jefe de Impuestos de Industria y Comercio. Al llegar a casa, se calaba el delantal de taxidermista y se aplicaba a sus animales. Hasta que, al cabo de 22 años, se cansó de calles y carreras, de impuestos y documentos, y optó por dedicarse de lleno a la taxidermia.
Un arte que consiste en disecar animales para conservarlos con apariencia de vivos y que, según parece, muy pocos realizan. Las páginas amarillas de Bogotá ofrece únicamente tres opciones. Dos de ellos son los Guinard.
A menudo, padre e hijo trabajan en compañía, como en el caso de Contrapunto . Cuando llegamos a disecarlo recuerda Luis el caballo estaba deforme, totalmente inflado . Entre ambos le tomaron las medidas, hicieron los cortes por los ángulos menos visibles, le quitaron la piel y la curtieron con productos químicos. Después, con base en fotografías y en libros sobre la raza del animal, fabricaron su escultura con varilla, arcilla y paja para hacer el molde en poliuretano; al final le acomodaron la piel húmeda y la cosieron. El proceso, que es igual para todos los animales, duró un año entero.
Desde entonces, este caballo de paso que compitió en México, Puerto Rico, Venezuela y Estados Unidos, y que iban a vender a un caballista de California, vive donde los Guinard. Su dueño se negó a recibirlo. El no quería verlo quieto , cuenta Luis.
Hay quienes se impresionan al ver de nuevo a su mascota. Otros lloran y cuentan entre sollozos la historia del animal, cómo saludaba, qué le gustaba comer. Incluso, gruñen, maúllan y gimen, imitándolo. Los Guinard, pacientemente, escuchan a los dolientes.
Pero los dueños no solo lloran al recibirlos. También cuando llegan para que se los disequen. Una vez llegó un arquitecto como de 45 años con un copetoncito para arreglar recuerda Luis. Llorando me pidió que le disecara el pájaro, que acompañaba a su esposa postrada en cama, pero había muerto destripado accidentalmente por ella .
De esa forma, los Guinard les inyectan, cada año, un soplo humano de vida a unos 80 animales. Por sus manos han pasado perros, gatos, pájaros, conejos, y también hámsters, culebras, pescados, gallinas, toros, caballos, camellos y hasta dos leones. Uno, que murió en un circo atrancado con una bolsa de leche, y otro, Monaguillo , la mascota del equipo Santa Fe.
Cuando iban a enterrar a Monaguillo , alguien le quitó la piel relata Luis. La dueña del león la encontró en un lote, crucificada para que el sol la secara. Hedía. Entonces me buscó para que la disecara y al final logré salvarla . Fue así como Monaguillo se convirtió en un tapete.
El caso de estos leones es excepcional. Según Mario, la gente ha tomado conciencia sobre la importancia de conservar las especies y desde hace unos años no les llegan animales salvajes. De cualquier modo, dice, tampoco ellos los reciben.
Como no disecan gente, aunque bien podrían hacerlo. El proceso es el mismo. Se hace la escultura en poliuretano y después se le ajusta la piel curtida , explica Mario, que recuerda el caso de un japonés que le hizo taxidermia a su esposa y la dejó recostada en una mecedora.
Por disecar un perro, los Guinard cobran alrededor de 300.000 pesos, y por una cabeza de toro, entre 900.000 y 1 500.000 pesos. Garantizan su trabajo por cien años, siempre y cuando el animal no se exponga al sol y cada cinco años se le haga un mantenimiento . Hay que aplicarle aceites nutritivos a la piel explica Mario. A los perros, por ejemplo, debe bañárselos con champú y peinarles el pelo . Además, dicen que la polilla no les afecta pues desinfectan y envenenan la piel.
Los resultados desorientan a cualquiera. Después de hurgar en una caneca, un perro callejero avanza, despreocupado, en busca de más basura. Se relame. Un líquido blancuzco le escurre de los bigotes. De repente, frena en seco. Observa con cautela al perro que está acostado sobre el andén, frente a la casa de los Guinard, y al final se decide. Desvía su camino para esquivar el obstáculo mientras lo vigila por el rabillo del ojo. El perro de los taxidermistas continúa impávido, observando a los transeúntes con su mirada de vidrio.
Tomado de El Tiempo: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-326084
Fecha de publicación
31 de marzo de 1996
El arte de resucitar animales
Pocas personas se atreverían a tener un caballo en la mitad de su sala. Sin embargo éste es el caso de don Luis Guinard, uno de los taxidermistas más famosos de Suramérica. El ejemplar en mención se llama Contrapunto y murió un año atrás. En ese momento su dueño llamó a don Luis y a su hijo Mario, pues quería que éstos le disecaran el animal para guardar el recuerdo inmortal de un ejemplar que no solo fué campeón en Colombia, sino también en Puerto Rico, Venezuela y Estados Unidos.
El trabajo duró un año. El primer paso fué retirarle cuidadosamente la piel al cadáver, y tomar las medidas con la mayor exactitud posible. Posteriormente se curtió la piel con un curtiembre elástico para dar la flexibilidad, se desbastó retirando adherencias y carne hasta dejarla muy delgada, se neutralizó para que los químicos no siguieran obrando y no se rasgara con el tiempo, se lavó y “envenenó” para que no la atacara las polillas y se engrasó para darle suavidad y brillo.
En este punto del proceso don Luis comenzó a moldear la escultura en arcilla, basado en las medidas tomadas, fotografías y conocimientos de plástica y anatomía. Fué necesario medirle la piel a la escultura cinco veces, porque siempre existía alguna imperfección. Una vez cazó la piel perfectamente sobre la estructura de arcilla, se elaboró el molde en yeso y se creó la escultura final en plástico. El último paso fue montar la piel, pegar y coserla por debajo del animal, en las partes menos visibles.
Por: Sandra Albornoz
FOTO: CESAR YELÁ
Curiosa manera de ganarse la vida
Abuelo, hijo y nieto, todos disecadores de animales.
Luis Guinard, tiene 65 años, 30 de ellos los ha dedicado a la taxidermia, una labor que heredó de su padre y que ahora su hijo Mario, ejerce también.
Disecó su primer animal a los 6 años y desde entonces ha aprovechado muy bien sus conocimientos. Cuando era novio, por ejemplo, obsequiaba a sus enamoradas pajaritos disecados en lugar de dulces o flores. Pero lo más satisfactorio que ha realizado en este campo, es haber disecado los famosos caballos Don Danilo y Contrapunto, este último está exhibido en la sala de su casa.
Su trabajo comienza cuando un animal muere. En un tiempo no mayor de 24 horas, retira la piel. Después procede a lavarla, secarla y a darle un tratamiento especial para que se conserve por más de 100 años. También la “envenena” con el fin de evitar que las polillas la ataquen. Después de este proceso, moldea en arcilla una escultura del animal, que realiza con base a las medidas tomadas antes de retirar la piel y en fotografías del animal.
Sobre la estructura de arcilla, Luis Guinard elabora el molde de yeso y lo vacia en plástico. Por último, forra dicha estructura con la piel que debe ser exacta, de lo contrario, hay que empezar de nuevo. Por último pega y cose cuidadosamente.
Luis Guinard trabaja junto con su hijo, y en el momento están disecando un toro cebú. Ellos dicen que el oficio no es tan difícil, sin embargo se necesita amplia experiencia, como la que esta familia ha acumulado a través de tres generaciones, y además conocimientos de escultura y pintura.
Por: Sara María Herrera
Don Danilo ha vuelto a levantarse
Don Danilo, el “rey de reyes”, sigue de pié. El máximo exponente de los caballos de paso colombiano, que murió el 31 de julio de 1976 a avanzada edad de 28 años en la hacienda Valencia de Girardot, con su color bayo, su grupa perfecta, sus manos ágiles y su mirada eléctrica, ha vuelto a levantarse.
Hace un año y tres meses el personal de aquel fundo, propiedad de Luis A. Duque Peña, se revolucionó como si fuera objeto de la más cruel catástrofe. Los carros y los veterinarios salían y entraban con afán. El chalán Adolfo Gómez dejaba escurrir las lágrimas con sentimiento semejante al que podría experimentar frente a la agoní de uno de sus hijos, según sus propias palabras.
Pocos se encaminaban a la enorme casa de la hacienda. Todo giraba dentro o en torno del palacio, es decir: del “Palacio de Don Danilo”, una fastuosa pesebrera. Dentro de ella, de pie, con la mirada vidriosa y el vientre embombado, el valioso caballo respiraba con dificultad sus últimos segundos. Casi a un mismo tiempo, los relojes que marcan las cuatro de la tarde y el majestuoso animal, sin vida, que se desploma como un sauce. El afanoso vaivén de dos horas antes se hizo tristeza pura y un incontenible correr de lágrimas.
Allá lejos de los pesebres de Valencia, “Kisinger” y “Doña Danila”, el mejor hijo y la mejor pareja del extinto animal, declarado Reliquia Nacional, remascaban hierba con melaza, ajenos a la tragedia que se vivía en “El Palacio”.
Todo parecía indicar que solamente quedaba la leyenda de Don Danilo y su primacía en todo también había muerto, pero no; su estampa fue confiada al taxidermista Mario Guinard y hoy tras árduo proceso, el animal sigue siendo especial: Es el primer caballo que se diseca completo en América Latina.
El día de su muerte fue traído al laboratorio de Guinard, en Bogotá, quien desde aquella fecha comenzó el trabajo más fatigoso de su vida, que solamente concluyó ayer.
Primero que todo, durante 72 horas continuas se dio a extraer de entre un pequeño orificio en el vientre toda la carne, las vísceras y los huesos del “rey de reyes”. Solamente dejó el cuero, la cola, la crín y los cascos. Lo demás fue a parar a un botadero de basura abajo del barrio El Minuto de Dios.
Posteriormente, al cabo de pocas horas de sueño, Guinard comenzó la curtiembre de la piel y puso en orden todas las anotaciones sobre las medidas del caballo que tomó mientras le retiraba las carnes. Cuatro meses duró este proceso inicial.
Mientras tanto, recogió cuantas fotografías y filmaciones de Don Danilo para determinar las medidas exactas de los ojos y el color. Una vez establecido esto ordenó a una fábrica en Alemania la hechura especial de un par de cristales de color melado, los cuales lucen ahora con la misma electricidad de los naturales. Contienen las mismas ranuras internas, la misma dirección y la misma “vivacidad”.
Listo el cuero y encargados los ojos, el taxidermista elaboró una escultura en cartón con base en las medidas anatómicas. De este molde se hizo otro más perfecto y otro y otro, pero la estampa exacta no aparecía y todo fue a parar a la caneca de la basura.
Mario, de 28 años, y cuyo oficio lo ha aprendido por enseñanzas familiares que vienen desde su bisabuelo, más especializaciones en los Estados Unidos, con pacienca de fraile comenzó de nuevo: más efigies de cartón, más labor, todo nuevamente a la basura. “Es que lo que yo estaba haciendo evidentemente era un caballo con todas sus proporciones, pero no estaba haciendo a Don Danilo, que no es cualquier caballo. Por eso boté y boté mi trabajo a la basura. Además, porque el compromiso no era con don Luis A. Duque, era con Colombia”.
Mario Guinard, a través de los meses, proseguía en su trabajo de hacer esculturas de cartón que botaba a la basura, hasta que los materiales de trabajo ya no cabían en su casa y un molesto polvillo que expelía el pulimento del cartón enfermó de los bronquios a él, a su mujer y sus tres pequeños hijos.
Debió suspender, guardar cama y luego buscar una casa para la familia y otra para el trabajo de Don Danilo.
Así fue y reanudó la labor. Vino otra escultura de cartón y de esa otra y otra más, hasta que el animal comenzó a “aparecer” y así se pudo elaborar una figura preliminar en arcilla y paja, pero en esta etapa el trabajo siguió siendo igualmente arduo y pasaron los meses mientras se modelaba más la estampa rigurosamente necesaria, cuyas características, entre otras, son: Cuello ancho y ligeramente curvo, hanca caída, redonda y llena, cara, piernas y manos descarnadas, consecuencia de la senilidad.
Al caballo de cartón lo precedió una figura en fibra de vidrio que se fue torneando hasta cuando el taxidermista crecó que había llegado al punto exacto y sacó el cuero que había guardado un año antes. Lo montó sobre el esqueleto sintético e hizo un arreglo provisional y se sentó a observarlo dentro del largo salón de laboratorio, que estaba convertido en estudio de arte, por que es una obra de arte el trabajo de Don Danilo.
En un principio creyó estar frente al final del mejor trabajo de su vida. No obstante, al hacer las comparaciones con las fotografías, detalle por detalle, encontró que se hallaba lejos de su propósito. Le invadió un ataque de nerviosismo pero se contuvo para no destruir la obra. Al rato volvió a la carga con una batea de pasta sintética similar al cemento para construcción. La puso debajo de lo que debía ser Don Danilo, desmontó el cuero, y se sentó a cuatro metros sobre una butaca y se fijó en la cabeza la estampa que buscaba. Luego, dice, “comencé a superponerla sobre el trabajo y corría como un loco a ponerle masilla cada vez que notaba un vacío. Duré un día entero en esta labor hasta que logré “hacer” a Don Danilo. La falla que siempre había notado pero no visto estaba en el abdomen, faltaba hacerlo caer un poco”.
Vino luego el montaje del cuero, labor que lo ocupó dos días y medio hasta cuando quedó dormido de cansancio, pero logró que sobre “esa tragedia”, como denomina al esqueleto sintético, el pellejo coincidiera con tal perfección que las partes oscuras que van sobre ciertos huesos sobresalientes, no se corrieron medio centímetro.
Al término de todo el trabajo, cuya garantía es por 200 años, vino la prueba final: la visita de Luis A. Duque, el veterinario y el chalán que siempre sacó a Don Danilo a las pistas, Adolfo Gómez. La impresión que tuvieron al ver el trabajo se resume en la primera expresión de Duque, luego de darle, absorto, varias vueltas al animal: “Don Mario, este es mi caballo… Este es Don Danilo…”, mientras tanto, igualmente maravillado, el chalán apuntó: “Quisiera darle un fustazo..”
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A Girardot
Duque siempre dijo que a su Don Danilo declarado fuera de concurso en todas las modalidades de paso colombiano (trote y galope, trocha y paso fino) cuando muriera lo haría embalsamar para colocarlo a la entrada de su hacienda. Pero su determinación ahora ha variado, pues regaló el animal al municipio de Girardot, donde será colocado, con sus aperos de plata ley 900, dentro de una urna de cristal, en la plaza de ferias posiblemente.
Por Don Danilo llegaron a ofrecer decenas de millones “de un solo mamonazo”. Tuvo 300 hijos, de los cuales solamente “Kissinger” promete sucederlo, pero parcialmente. Nació en Bolivar, Antioquia. Sus padres fueron “Rey Cometa” y “Danesa”. Su primer dueño: Oscar Vélez, quien quiso castrarlo cuando era potro, lo que evitó Alfredo Gallego, comprándolo. Por primera vez asistió a una feria en Medellín a los cuatro años, y fue declarado Gran Campeón. Luego fue propiedad de José María Uribe y por último de Luis A. Duque, quien por años anduvo tras él haciendo toda suerte de ofertas. Lo montaron Julio César Turbay Ayala, altors personajes nacionales e internacionales. Misale pastrana no quiso cabalgarlo por miedo a que , siendo presidente, “lo tumbara un caballo…”.
El caballo de paso
El caballo colombiano, el criollo o de paso, es descendiente de equinos árabes, andaluces y berberiscos que trajeron los españoles durante la Conquista. Estos animales se aclimataron y permanecieron en nuestras tierras largos siglos sin tener contacto con otra raza de su especie, lo cual condujo a que así se produjera un linaje nacional que se caracteriza de todos los otros del mundo en que, entre otras particularidades, tiene una vértebra más y diferente la configuración osea de los pies y las manos. En el perú por parecidas circunstancias, también lograron un género propio, relativamente parecido al colombiano.
Y Don Danilo fue la máxima expresión de nuestro corcel. Su sola estampa, lejos de todo sentimentalismo, es un símbolo nacional como el cóndor de los Andes. A partir de este caballo se ha comenzado una nueva selección de la raza.
Por todo esto fue embalsamada su figura, así nunca jamás en las pistas de las ferias se vuelva a oir la firmeza de los cuatro golpes vigorosos de sus cascos, que constituyen el paso fino colombiano y que Don Danilo los dio mejor que ningún otro de de su clase.
El Tiempo – Domingo 11 de diciembre de 1997
Por: Gonzalo Guillen
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